He estado bastante corta de tiempo para poder sentarme a escribir tranquilamente. En el trabajo, cuando creo tener unos minuticos para escribir un post, me llaman o me llega más trabajo, entonces he tenido que dejar el blog bastante de lado este mes.
Por esa y otras razones, el último post del mes no tendrá más pretensiones que la de mostrar mi último descubrimiento en materia de canciones francesas.
Ya conté que me encanta el rap francés y escuché una canción mitad inglés mitad francés que me gustó bastante. Se llama "Sans me retourner" y la cantan Shaniz y Wayne Beckford. La melodía me parece hermosa, eso sí, si alguien sabe dónde encuentro la letra por favor me dice, yo la transcribí pero hay palabras que no logro entender.
Aquí dejo el video:
El otro descubrimiento es un poco más del género romántico. El cantante se llama Raphäel Haroche y canta precioso. Una canción perfecta para quienes empiezan a aprender francés (o que quieren seguir practicando).Esta canción se llama Et dans 150 ans (En 150 años) y de verdad que vale la pena escucharla.
El video aquí
Nota: como ya se habrán dado cuenta, ninguno de los videos es mío, los tomé prestados de aquí y de aquí
Aquí comparto con ustedes mis impresiones sobre el mundo en el que vivo... un poco de todo.
sábado, 29 de enero de 2011
Los jefes
Esta semana tuvimos la visita de dos de los altos mandos de la empresa a nivel de América Latina y no puedo ni empezar a describir el agite que esto causó en el curso normal de nuestra vida laboral.
Limpieza extrema, mayor rigor en los controles de seguridad, una semana de mucho agite preparando las presentaciones y, por fin, la llegada de los susodichos.
Desde muy pequeña yo soñé con tener cargos importantes o tener posiciones de poder. Sin embargo, de la experiencia que he tenido trabajando en esta empresa, me doy cuenta que para esos cargos se necesita mucha tenacidad y mucho amor por su trabajo (o por la plata).
El área en la que yo me desenvuelvo en la empresa me permite tener la visión de ambos: los altos gerentes y los empleados. Por esta razón he tenido la posibilidad de ver el negocio desde dos puntos de vista diferentes y he podido escuchar las quejas de los unos para con los otros. Para los empleados, el jefe siempre representará una figura obviamente superior y, en la mayoría de los casos, nunca habrá la posibilidad de un acercamiento (lo cual creo que es una pérdida de espacios productivos para mejorar el trabajo y las relaciones interpersonales). Como jefes, siempre habrá la presión porque todo salga bien y la falta de comprensión de los empleados con relación a las direcciones que se deben seguir y los tiempos que se deben cumplir. Me estoy refiriendo al ámbito que conozco. Sin embargo, por fuentes cercanas, sé que en otras culturas se maneja de forma diferente.
La estructura empresarial (no sólo en mi compañía, sino en las que conozco) se divide de forma jerárquica. Los roles inherentes a cada puesto dan posiciones de mayor o menor rango. Y es muy importante saber manejar los contratiempos y gratificaciones que vienen con cada uno de ellos.
Cuando escuchamos la palabra “jefe” o “gerente” nos imaginamos hombres de corbata y mujeres de vestido sastre, con portafolios y portátiles llenos de archivos con gráficas y números. Siempre con el ceño fruncido, siempre encerrados en las magníficas oficinas con sillas de cuero y televisores con pantallas gigantes. Siempre acelerados discutiendo sobre métricas, presupuestos, crecimiento, fusiones, alianzas y proyección. Esto no está muy lejos de la realidad y quienes han trabajado en multinacionales saben de qué hablo. Sin embargo, estas palabras también nos traen a la mente unos ciertos comportamientos inherentes a estos cargos. Lo que llamaríamos “comportamiento de diva”.
Un jefe siempre llega a los mejores hoteles, come en los mejores restaurantes y recibe los mejores regalos. Los gerentes de los equipos de ventas son los que se llevan la mejor parte de la torta. Reciben de sus clientes y proveedores muestras de “cortesía” y regalos hermosos y de calidad excelente. Reciben las tarjetas de crédito empresariales y los tiquetes que les permiten acumular millones de millas.
A mucha gente este tipo de comportamiento le causa cierta piquiña y resentimiento, porque estos mismos gerentes son los que predican sobre los derechos de igualdad y beneficios que todos en la compañía “debemos recibir por igual”. Es difícil no estar de acuerdo porque no he visto, hasta el momento, que un empleado raso viaje a un súper hotel cuando lo mandan a otra ciudad o vaya en la clase ejecutiva del avión (aunque en el caso de nosotros, por lo menos los mandan en avión).
El hecho de que ellos disfruten de todas estas prebendas no me parece algo malo. Esta gente trabaja muy duro (he sido testigo presencial de ello) para obtener todo lo que tiene y realizan muchos sacrificios para estar allá arriba. Sin embargo, también he notado que, en muchos casos, no son ellos los que tienen el aire de divas. Esta etiqueta la generan las personas a su alrededor.
Hay personas cuyo trabajo es anticiparse a los deseos de los demás, es decir, deben tener listos planes de desplazamiento, reservaciones de hoteles, reservaciones de restaurantes, agendas listas, detalles específicos de la agenda como “Es que Mr. Jefe no toma café sino te” y proporcionar esos datos (o los elementos) a los anfitriones. Estas personas conocen su trabajo y saben que el secreto no es complacer en grado extremo sino proporcionar una comodidad suficiente para que la persona se enfoque en su trabajo y no tenga que preocuparse por otro tipo de cosas como el resto de los simples mortales.
Sin embargo, cuando las personas no están bien entrenadas en este tipo de trabajos, pueden llegar a extremos demasiado maternales, que rayan en lo ridículo. Esto crea al jefe una etiqueta de divo/a de forma injusta. Recuerdo que en algún momento de mi trabajo, yo estaba sentada en la cocina terminando de tomarme un café y en ese momento entró el Gerente General (con mayúsculas) buscando un vaso con agua. Yo le señalé el dispensador de agua e instantáneamente apareció su asistente preguntándole qué necesitaba y regañando a la niña del aseo porque no le ayudaba al jefe. El señor obviamente estaba apenado y yo estaba tratando de no soltar la risa. Sin embargo, ahí me pude dar cuenta que el señor no es encopetado, sino que son sus asistentes quienes lo ponen como si fuera un divo.
En este mundo hay de todo, he conocido ejecutivos sencillos y sin mayores pretensiones que un buen apartamento/hotel para descansar y he conocido ejecutivos cuyos apartamentos debían ser prácticamente rediseñados por un arquitecto para que cumplieran con las características del último grito del Feng Shui. Otros exigían que los hoteles debían tener tales y tales comodidades (piscina, vista panorámica de la ciudad y demás) y los he conocido que sólo beben agua embotellada porque el agua de Colombia no es hervida y tiene parásitos (¡!)… cada loco con su cuento y si tienen la posibilidad de pedir ciertas comodidades, bien por ellos, pero hay algunas cosas que definitivamente dan es risa.
En fin, ser jefe no es fácil (habló la experimentada…) y aunque nos guste mucho gozárnoslos, hay que recordar que siguen siendo personas que deben lidiar con presiones que nosotros jamás tendremos y que de igual forma merecen respeto y comprensión (este post, en especial este último pedazo, es de esos motivadores que tendré que releer cuando los jefes míos me revuelvan los apellidos…)
Limpieza extrema, mayor rigor en los controles de seguridad, una semana de mucho agite preparando las presentaciones y, por fin, la llegada de los susodichos.
Desde muy pequeña yo soñé con tener cargos importantes o tener posiciones de poder. Sin embargo, de la experiencia que he tenido trabajando en esta empresa, me doy cuenta que para esos cargos se necesita mucha tenacidad y mucho amor por su trabajo (o por la plata).
El área en la que yo me desenvuelvo en la empresa me permite tener la visión de ambos: los altos gerentes y los empleados. Por esta razón he tenido la posibilidad de ver el negocio desde dos puntos de vista diferentes y he podido escuchar las quejas de los unos para con los otros. Para los empleados, el jefe siempre representará una figura obviamente superior y, en la mayoría de los casos, nunca habrá la posibilidad de un acercamiento (lo cual creo que es una pérdida de espacios productivos para mejorar el trabajo y las relaciones interpersonales). Como jefes, siempre habrá la presión porque todo salga bien y la falta de comprensión de los empleados con relación a las direcciones que se deben seguir y los tiempos que se deben cumplir. Me estoy refiriendo al ámbito que conozco. Sin embargo, por fuentes cercanas, sé que en otras culturas se maneja de forma diferente.
La estructura empresarial (no sólo en mi compañía, sino en las que conozco) se divide de forma jerárquica. Los roles inherentes a cada puesto dan posiciones de mayor o menor rango. Y es muy importante saber manejar los contratiempos y gratificaciones que vienen con cada uno de ellos.
Cuando escuchamos la palabra “jefe” o “gerente” nos imaginamos hombres de corbata y mujeres de vestido sastre, con portafolios y portátiles llenos de archivos con gráficas y números. Siempre con el ceño fruncido, siempre encerrados en las magníficas oficinas con sillas de cuero y televisores con pantallas gigantes. Siempre acelerados discutiendo sobre métricas, presupuestos, crecimiento, fusiones, alianzas y proyección. Esto no está muy lejos de la realidad y quienes han trabajado en multinacionales saben de qué hablo. Sin embargo, estas palabras también nos traen a la mente unos ciertos comportamientos inherentes a estos cargos. Lo que llamaríamos “comportamiento de diva”.
Un jefe siempre llega a los mejores hoteles, come en los mejores restaurantes y recibe los mejores regalos. Los gerentes de los equipos de ventas son los que se llevan la mejor parte de la torta. Reciben de sus clientes y proveedores muestras de “cortesía” y regalos hermosos y de calidad excelente. Reciben las tarjetas de crédito empresariales y los tiquetes que les permiten acumular millones de millas.
A mucha gente este tipo de comportamiento le causa cierta piquiña y resentimiento, porque estos mismos gerentes son los que predican sobre los derechos de igualdad y beneficios que todos en la compañía “debemos recibir por igual”. Es difícil no estar de acuerdo porque no he visto, hasta el momento, que un empleado raso viaje a un súper hotel cuando lo mandan a otra ciudad o vaya en la clase ejecutiva del avión (aunque en el caso de nosotros, por lo menos los mandan en avión).
El hecho de que ellos disfruten de todas estas prebendas no me parece algo malo. Esta gente trabaja muy duro (he sido testigo presencial de ello) para obtener todo lo que tiene y realizan muchos sacrificios para estar allá arriba. Sin embargo, también he notado que, en muchos casos, no son ellos los que tienen el aire de divas. Esta etiqueta la generan las personas a su alrededor.
Hay personas cuyo trabajo es anticiparse a los deseos de los demás, es decir, deben tener listos planes de desplazamiento, reservaciones de hoteles, reservaciones de restaurantes, agendas listas, detalles específicos de la agenda como “Es que Mr. Jefe no toma café sino te” y proporcionar esos datos (o los elementos) a los anfitriones. Estas personas conocen su trabajo y saben que el secreto no es complacer en grado extremo sino proporcionar una comodidad suficiente para que la persona se enfoque en su trabajo y no tenga que preocuparse por otro tipo de cosas como el resto de los simples mortales.
Sin embargo, cuando las personas no están bien entrenadas en este tipo de trabajos, pueden llegar a extremos demasiado maternales, que rayan en lo ridículo. Esto crea al jefe una etiqueta de divo/a de forma injusta. Recuerdo que en algún momento de mi trabajo, yo estaba sentada en la cocina terminando de tomarme un café y en ese momento entró el Gerente General (con mayúsculas) buscando un vaso con agua. Yo le señalé el dispensador de agua e instantáneamente apareció su asistente preguntándole qué necesitaba y regañando a la niña del aseo porque no le ayudaba al jefe. El señor obviamente estaba apenado y yo estaba tratando de no soltar la risa. Sin embargo, ahí me pude dar cuenta que el señor no es encopetado, sino que son sus asistentes quienes lo ponen como si fuera un divo.
En este mundo hay de todo, he conocido ejecutivos sencillos y sin mayores pretensiones que un buen apartamento/hotel para descansar y he conocido ejecutivos cuyos apartamentos debían ser prácticamente rediseñados por un arquitecto para que cumplieran con las características del último grito del Feng Shui. Otros exigían que los hoteles debían tener tales y tales comodidades (piscina, vista panorámica de la ciudad y demás) y los he conocido que sólo beben agua embotellada porque el agua de Colombia no es hervida y tiene parásitos (¡!)… cada loco con su cuento y si tienen la posibilidad de pedir ciertas comodidades, bien por ellos, pero hay algunas cosas que definitivamente dan es risa.
En fin, ser jefe no es fácil (habló la experimentada…) y aunque nos guste mucho gozárnoslos, hay que recordar que siguen siendo personas que deben lidiar con presiones que nosotros jamás tendremos y que de igual forma merecen respeto y comprensión (este post, en especial este último pedazo, es de esos motivadores que tendré que releer cuando los jefes míos me revuelvan los apellidos…)
martes, 18 de enero de 2011
Happy Birthday Blog
Hoy mi blog está cumpliendo su primer año.
Hoy hace un año exacto (era lunes, por cierto) decidí sentarme, crear un perfil de blogger y empezar a expresarme a través de la escritura. Decidí empezar a compartir, a través de un medio en que me siento cómoda, las impresiones del mundo en el que vivo.
Ha sido un año bastante interesante, de aprendizaje, conocimiento y apertura a nuevas emociones y sensaciones.
Estoy orgullosa porque, a decir verdad, en algunas ocasiones quise cerrar este medio, quise renunciar al esfuerzo que había hecho, no sabía qué quería lograr con este blog (¿será algo profesional o se convertirá en mi diario personal?) y eso me tenía traumatizada. Todavía sigo sin saberlo, pero ya estoy menos traumatizada. Aquí estoy y sigo tratando de descubrirlo.
Aquí seguiré plasmando mis impresiones, mis visiones, mis opiniones, mis sentimientos o hasta mis ratos de ocio. Por ahora sólo celebro mi primer año de vida como bloguera, sea lo que sea que eso signifique.
Nota chistosa: buscando fotos de tortas para celebrar el 1er año, me di cuenta que se encuentran más fotos de celebración de cumpleaños de blogs que de cumpleaños de personas. Lo que nos hace la tecnología (tengo otro post pendiente sobre el tema jejeje).
Hoy hace un año exacto (era lunes, por cierto) decidí sentarme, crear un perfil de blogger y empezar a expresarme a través de la escritura. Decidí empezar a compartir, a través de un medio en que me siento cómoda, las impresiones del mundo en el que vivo.
Ha sido un año bastante interesante, de aprendizaje, conocimiento y apertura a nuevas emociones y sensaciones.
Estoy orgullosa porque, a decir verdad, en algunas ocasiones quise cerrar este medio, quise renunciar al esfuerzo que había hecho, no sabía qué quería lograr con este blog (¿será algo profesional o se convertirá en mi diario personal?) y eso me tenía traumatizada. Todavía sigo sin saberlo, pero ya estoy menos traumatizada. Aquí estoy y sigo tratando de descubrirlo.
Aquí seguiré plasmando mis impresiones, mis visiones, mis opiniones, mis sentimientos o hasta mis ratos de ocio. Por ahora sólo celebro mi primer año de vida como bloguera, sea lo que sea que eso signifique.
Nota chistosa: buscando fotos de tortas para celebrar el 1er año, me di cuenta que se encuentran más fotos de celebración de cumpleaños de blogs que de cumpleaños de personas. Lo que nos hace la tecnología (tengo otro post pendiente sobre el tema jejeje).
domingo, 16 de enero de 2011
Ana
Por fin, después de un fin de año con mucho, mucho trabajo, puedo sentarme a escribir y actualizar mi blog. Llego renovada y con varios temas en el tintero. Este año quiero empezar con una historia, de una persona que conocí hace poco, pero que me impactó mucho.
Ana dice que no se queja de la vida, aunque la vida la haya tratado como si fuera indigna de ella.
Nacida en uno de los puntos más pobres de la ciudad, Ana ha batallado toda su vida para salir adelante. Hija de un hogar maltrecho, con un padre alcohólico y una madre que no quería tener hijos, pero se vio obligada a ello, el futuro de Ana era muy incierto.
Desde muy pequeña Ana trabajó para sobrevivir. En las mañanas asistía a la escuela y en las tardes ayudaba a su madre en la limpieza de las casas en las que trabajaba. Aunque no tenía grandes ambiciones, Ana quería tener un estudio técnico que por lo menos le ayudara a conseguir un trabajo mejor pago que las limpiezas. Sin embargo, los estudios y las alegrías que tienen los jóvenes, a Ana no le fue otorgada. Ella, sin saberlo, era la futura receptora de una cadena de males que la vida le tenía reservada. El primero de ellos fue conocer a un personaje que influiría en su vida, el padre de sus hijos.
Es bien sabido que en los lugares marginados por la sociedad, allí donde sobrevivir es más que un arte, es un modo de vida, el más fuerte es el rey. Y esta fuerza no es sólo física, es inteligencia de calle, malicia indígena. El que manda es quien mejor sabe defenderse y defender a los suyos. A pesar que Ana no estaba enamorada de este hombre, sabía que él podía otorgarle un status relativamente alto dentro de sus congéneres. Siendo la esposa del patrón, Ana sería respetada y custodiada, al igual que su familia, la cual descansaría de la constante violencia que azotaba ese lugar.
Ana sabía que no había garantías reales, aunque dentro de su comunidad subiría el respeto por ella, esta alianza también la convertía en el blanco perfecto de las venganzas perpetuadas a su marido. Ana sólo podía pensar en una viudez prematura, en familiares siendo víctimas de guerras ajenas. Vivía con angustia y temor de recibir malas noticias. Sin embargo, todos estos miedos se evaporaron cuando Ana quedó embarazada de su primer hijo. Ya tenía por quien vivir y a quién amar. Ana pensó que la vida le había dado un regalo que ella no desperdiciaría.
A pesar que esta alegría inundaba su corazón, Ana sabía que ahora tenía más razones para temer. Su esposo era alcohólico, drogadicto y violento. El sueldo se lo gastaba en alcohol con sus amigos, con prostitutas y comprando armas. Ana sabía que tener armas en una casa donde había niños era altamente peligroso. Mientras fuera un bebe no había problema, pero cuando el niño creciera y su curiosidad lo empujara a tomar una de esas armas, disparar por accidente y, ni Dios lo quisiera, hacerle daño a él mismo o a alguien más.
Ana trató de razonar con su marido, por todos los medios, pero vio que hablaba contra una persona cuyo cerebro estaba completamente intoxicado y tomo una de las primeras decisiones más fuertes de su vida: se separó.
Separados pasaron unos meses y Ana iba saliendo bien, feliz con su hijo y con llevar una vida relativamente más tranquila, a pesar de las condiciones en las que vivía. Ana trabajaba duro para mantener a su hijo y a ella misma, pero no se quejaba. Le gustaba su vida tal y como estaba.
Una noche su marido la llamó porque necesitaba hablar con ella, decía que él era el padre de ese niño y que también tenía derechos sobre él. Citó a Ana en la residencia donde él vivía para hablar de la custodia. Ana decidió ir sin el niño para aclarar primero ese detalle.
Lo que Ana no sabía era que su esposo llevaba varios días consumiendo drogas y alcohol, y cuando llegó, el hombre estaba en un estado tan intoxicado, que perdió toda noción de la realidad y golpeó a Ana brutalmente, luego con un arma la amenazó y la violó repetidas veces. Luego la amarro a una viga del cuarto y la retuvo por una semana. La golpeaba, la violaba, le daba droga y alcohol y el ciclo se repetía.
Después de la semana, el ex esposo la liberó y Ana fue derecho al hospital. De allí salió un tiempo después, con traumas físicos, psicológicos, con tratamiento para curarse una enfermedad venérea y con una noticia más traumática aún: había quedado embarazada.
Ese embarazo fue lo peor que le pudo haber pasado. Pasó triste, deprimida, siempre pensando en que no podía abortar, pero que tampoco quería a ese bebe que llevaba en su vientre. No sabía qué hacer con su primer hijo y el segundo que venía en camino. Sabía que los tendría que criar sola porque con su ex esposo no contaba para nada. El embarazo llegó a su fin y Ana tuvo a su hijo y poco a poco lograba adaptarse a su nueva vida cuando sufrió otro revés, el esposo de Ana murió, asesinado por tener problemas con los grupos al margen de la ley.
Ana se entristeció, pero supo que era lo mejor que podía haber pasado. Su ex esposo no tenía mayor futuro, y era posible que hubiera arrastrado a toda la familia a tal desgracia.
Ana tenía una hermana menor que era bastante irresponsable, tenía una hija pequeña a quién su mamá sostenía y la hermana de Ana exigía esta manutención. Ana no estaba de acuerdo con eso, porque ella misma tenía dos hijos y le tocaba trabajar duro para sostenerlos. Sin embargo, la hermana de Ana no hacía nada, seguía saliendo con el papá de su hija, quién no le ayudaba con la niña. Una vez, la hermana de Ana peleó con la mamá porque necesitaba plata para poder salir de rumba, pero la mamá de Ana se la negó y se empezaron a golpear. Ana intervino y las separó, pero a la hermana esto le molestó. Amenazó a Ana diciéndole que se cuidara, que pronto se las pagaría.
Ana no le hacía caso a su hermana, sabía que ella era violenta e impulsiva, pero también sabía que olvidaba rápido sus amenazas cuando encontraba otra cosa en qué entretenerse. Sin embargo, Ana no contaba con que esta vez ella estaba decidida a hacerle pagar lo que según ella había sido una ofensa.
Se acercaba diciembre, Ana recién llegaba a su casa con sus hijos y su mamá le dijo que no fuera a quedarse sola porque su hermana estaba en la casa y estaba enojada. Ana dijo que ella no le temía a los arrebatos de su hermana. Craso error.
Ana estaba entretenida jugando con sus hijos, cuando a uno de los niños se le cayó un carrito detrás de una mesa, Ana se agachó a recogerlo cuando sintió todo su cuerpo caliente. Como pudo se levantó y cuando se dio cuenta, su hermana le había rociado una olla con aceite hirviendo. Ana logró llegar al teléfono y llamar, y perdió el conocimiento.
Despertó unas semanas más tardes en el hospital, los médicos trabajaban arduamente para reconstruirle el cuerpo. Tenía la cara, los hombros, el pecho y la cintura destrozados. Estuvo siete dolorosos meses en el hospital, sometida a varias operaciones de reconstrucción. Sin embargo, Ana no sentía resentimiento contra su hermana. En sus oraciones Ana sólo pedía salir con vida de allí por sus hijos, y prometió que si ella superaba este trance, perdonaría de corazón a su hermana.
Efectivamente, Ana se curó y pudo salir del hospital. Sólo quedaron unas cuantas cicatrices que se podían esconder con la ropa. Ana perdonó a su hermana y continuó trabajando para seguir criando a sus hijos.
Unos dos años después, Ana empezó a sentir ciertos dolores en el bajo vientre. Los días pasaban y ella visitó a un médico. Después de varios exámenes el diagnóstico final fue cáncer de útero. A Ana le extrajeron el útero, se sometió a varias sesiones de quimioterapia y tuvo que permanecer un tiempo en revisión. Sin embargo, logró salir con vida y con más ánimo para continuar la lucha diaria.
La vida de Ana no fue fácil, trabajaba limpiando casas y oficinas. Se rebuscaba como podía. Sin embargo, siempre mantenía la cabeza en alto y veía lo que le pasaba como experiencias para mejorar en su vida.
Sus hijos fueron creciendo y Ana seguía criándolos lo mejor posible dentro del ambiente que les había tocado vivir. El hijo menor, resultado de la violación, sin embargo, empezó a presentar problemas. El niño era bastante inquieto, iba mal en el colegio y era extremadamente agresivo.
En ciertas ocasiones, Ana tuvo que llamar a la policía para que la ayudaran con el niño, puesto que llegaba al extremo de amarrarlo para que se pudiera calmar. Ana varias veces encontró que su hijo había hecho daños, se había enzarzado en peleas incluso había robado una tienda. El niño también tenía una madurez sexual increíble. A su temprana edad de 9 años su apetito sexual parecía el de un adolescente y Ana temía que él jugara con las niñas porque podía incluso violarlas.
Ana no aguantaba más, llevó a su hijo a un psiquiatra, donde le diagnosticaron esquizofrenia y le recetaron drogas, aparte de eso, lo pusieron en la lista para ingresarlo a una institución mental. El niño necesitaba urgentemente atención médica y vigilancia que ella no le podía dar.
Lo más impresionante es que aunque Ana había tenido que vivir todo esto, y muchas cosas más, incluyendo la pérdida de su casa debido a los fuertes inviernos que azotaron la ciudad, la muerte de varios de sus familiares debidos a problemas de sicariato y drogas, Ana no se queja. Ella dice que está contenta con su vida, puesto que tiene salud, tiene a sus hijos y tiene un trabajo, eso es todo lo que le importa. Ana sigue trabajando para vivir, para sacar a sus hijos adelante, para procurarles una vida mejor de la que a ella misma le tocó vivir.
Ana dice que no se queja de la vida, aunque la vida la haya tratado como si fuera indigna de ella.
Nacida en uno de los puntos más pobres de la ciudad, Ana ha batallado toda su vida para salir adelante. Hija de un hogar maltrecho, con un padre alcohólico y una madre que no quería tener hijos, pero se vio obligada a ello, el futuro de Ana era muy incierto.
Desde muy pequeña Ana trabajó para sobrevivir. En las mañanas asistía a la escuela y en las tardes ayudaba a su madre en la limpieza de las casas en las que trabajaba. Aunque no tenía grandes ambiciones, Ana quería tener un estudio técnico que por lo menos le ayudara a conseguir un trabajo mejor pago que las limpiezas. Sin embargo, los estudios y las alegrías que tienen los jóvenes, a Ana no le fue otorgada. Ella, sin saberlo, era la futura receptora de una cadena de males que la vida le tenía reservada. El primero de ellos fue conocer a un personaje que influiría en su vida, el padre de sus hijos.
Es bien sabido que en los lugares marginados por la sociedad, allí donde sobrevivir es más que un arte, es un modo de vida, el más fuerte es el rey. Y esta fuerza no es sólo física, es inteligencia de calle, malicia indígena. El que manda es quien mejor sabe defenderse y defender a los suyos. A pesar que Ana no estaba enamorada de este hombre, sabía que él podía otorgarle un status relativamente alto dentro de sus congéneres. Siendo la esposa del patrón, Ana sería respetada y custodiada, al igual que su familia, la cual descansaría de la constante violencia que azotaba ese lugar.
Ana sabía que no había garantías reales, aunque dentro de su comunidad subiría el respeto por ella, esta alianza también la convertía en el blanco perfecto de las venganzas perpetuadas a su marido. Ana sólo podía pensar en una viudez prematura, en familiares siendo víctimas de guerras ajenas. Vivía con angustia y temor de recibir malas noticias. Sin embargo, todos estos miedos se evaporaron cuando Ana quedó embarazada de su primer hijo. Ya tenía por quien vivir y a quién amar. Ana pensó que la vida le había dado un regalo que ella no desperdiciaría.
A pesar que esta alegría inundaba su corazón, Ana sabía que ahora tenía más razones para temer. Su esposo era alcohólico, drogadicto y violento. El sueldo se lo gastaba en alcohol con sus amigos, con prostitutas y comprando armas. Ana sabía que tener armas en una casa donde había niños era altamente peligroso. Mientras fuera un bebe no había problema, pero cuando el niño creciera y su curiosidad lo empujara a tomar una de esas armas, disparar por accidente y, ni Dios lo quisiera, hacerle daño a él mismo o a alguien más.
Ana trató de razonar con su marido, por todos los medios, pero vio que hablaba contra una persona cuyo cerebro estaba completamente intoxicado y tomo una de las primeras decisiones más fuertes de su vida: se separó.
Separados pasaron unos meses y Ana iba saliendo bien, feliz con su hijo y con llevar una vida relativamente más tranquila, a pesar de las condiciones en las que vivía. Ana trabajaba duro para mantener a su hijo y a ella misma, pero no se quejaba. Le gustaba su vida tal y como estaba.
Una noche su marido la llamó porque necesitaba hablar con ella, decía que él era el padre de ese niño y que también tenía derechos sobre él. Citó a Ana en la residencia donde él vivía para hablar de la custodia. Ana decidió ir sin el niño para aclarar primero ese detalle.
Lo que Ana no sabía era que su esposo llevaba varios días consumiendo drogas y alcohol, y cuando llegó, el hombre estaba en un estado tan intoxicado, que perdió toda noción de la realidad y golpeó a Ana brutalmente, luego con un arma la amenazó y la violó repetidas veces. Luego la amarro a una viga del cuarto y la retuvo por una semana. La golpeaba, la violaba, le daba droga y alcohol y el ciclo se repetía.
Después de la semana, el ex esposo la liberó y Ana fue derecho al hospital. De allí salió un tiempo después, con traumas físicos, psicológicos, con tratamiento para curarse una enfermedad venérea y con una noticia más traumática aún: había quedado embarazada.
Ese embarazo fue lo peor que le pudo haber pasado. Pasó triste, deprimida, siempre pensando en que no podía abortar, pero que tampoco quería a ese bebe que llevaba en su vientre. No sabía qué hacer con su primer hijo y el segundo que venía en camino. Sabía que los tendría que criar sola porque con su ex esposo no contaba para nada. El embarazo llegó a su fin y Ana tuvo a su hijo y poco a poco lograba adaptarse a su nueva vida cuando sufrió otro revés, el esposo de Ana murió, asesinado por tener problemas con los grupos al margen de la ley.
Ana se entristeció, pero supo que era lo mejor que podía haber pasado. Su ex esposo no tenía mayor futuro, y era posible que hubiera arrastrado a toda la familia a tal desgracia.
Ana tenía una hermana menor que era bastante irresponsable, tenía una hija pequeña a quién su mamá sostenía y la hermana de Ana exigía esta manutención. Ana no estaba de acuerdo con eso, porque ella misma tenía dos hijos y le tocaba trabajar duro para sostenerlos. Sin embargo, la hermana de Ana no hacía nada, seguía saliendo con el papá de su hija, quién no le ayudaba con la niña. Una vez, la hermana de Ana peleó con la mamá porque necesitaba plata para poder salir de rumba, pero la mamá de Ana se la negó y se empezaron a golpear. Ana intervino y las separó, pero a la hermana esto le molestó. Amenazó a Ana diciéndole que se cuidara, que pronto se las pagaría.
Ana no le hacía caso a su hermana, sabía que ella era violenta e impulsiva, pero también sabía que olvidaba rápido sus amenazas cuando encontraba otra cosa en qué entretenerse. Sin embargo, Ana no contaba con que esta vez ella estaba decidida a hacerle pagar lo que según ella había sido una ofensa.
Se acercaba diciembre, Ana recién llegaba a su casa con sus hijos y su mamá le dijo que no fuera a quedarse sola porque su hermana estaba en la casa y estaba enojada. Ana dijo que ella no le temía a los arrebatos de su hermana. Craso error.
Ana estaba entretenida jugando con sus hijos, cuando a uno de los niños se le cayó un carrito detrás de una mesa, Ana se agachó a recogerlo cuando sintió todo su cuerpo caliente. Como pudo se levantó y cuando se dio cuenta, su hermana le había rociado una olla con aceite hirviendo. Ana logró llegar al teléfono y llamar, y perdió el conocimiento.
Despertó unas semanas más tardes en el hospital, los médicos trabajaban arduamente para reconstruirle el cuerpo. Tenía la cara, los hombros, el pecho y la cintura destrozados. Estuvo siete dolorosos meses en el hospital, sometida a varias operaciones de reconstrucción. Sin embargo, Ana no sentía resentimiento contra su hermana. En sus oraciones Ana sólo pedía salir con vida de allí por sus hijos, y prometió que si ella superaba este trance, perdonaría de corazón a su hermana.
Efectivamente, Ana se curó y pudo salir del hospital. Sólo quedaron unas cuantas cicatrices que se podían esconder con la ropa. Ana perdonó a su hermana y continuó trabajando para seguir criando a sus hijos.
Unos dos años después, Ana empezó a sentir ciertos dolores en el bajo vientre. Los días pasaban y ella visitó a un médico. Después de varios exámenes el diagnóstico final fue cáncer de útero. A Ana le extrajeron el útero, se sometió a varias sesiones de quimioterapia y tuvo que permanecer un tiempo en revisión. Sin embargo, logró salir con vida y con más ánimo para continuar la lucha diaria.
La vida de Ana no fue fácil, trabajaba limpiando casas y oficinas. Se rebuscaba como podía. Sin embargo, siempre mantenía la cabeza en alto y veía lo que le pasaba como experiencias para mejorar en su vida.
Sus hijos fueron creciendo y Ana seguía criándolos lo mejor posible dentro del ambiente que les había tocado vivir. El hijo menor, resultado de la violación, sin embargo, empezó a presentar problemas. El niño era bastante inquieto, iba mal en el colegio y era extremadamente agresivo.
En ciertas ocasiones, Ana tuvo que llamar a la policía para que la ayudaran con el niño, puesto que llegaba al extremo de amarrarlo para que se pudiera calmar. Ana varias veces encontró que su hijo había hecho daños, se había enzarzado en peleas incluso había robado una tienda. El niño también tenía una madurez sexual increíble. A su temprana edad de 9 años su apetito sexual parecía el de un adolescente y Ana temía que él jugara con las niñas porque podía incluso violarlas.
Ana no aguantaba más, llevó a su hijo a un psiquiatra, donde le diagnosticaron esquizofrenia y le recetaron drogas, aparte de eso, lo pusieron en la lista para ingresarlo a una institución mental. El niño necesitaba urgentemente atención médica y vigilancia que ella no le podía dar.
Lo más impresionante es que aunque Ana había tenido que vivir todo esto, y muchas cosas más, incluyendo la pérdida de su casa debido a los fuertes inviernos que azotaron la ciudad, la muerte de varios de sus familiares debidos a problemas de sicariato y drogas, Ana no se queja. Ella dice que está contenta con su vida, puesto que tiene salud, tiene a sus hijos y tiene un trabajo, eso es todo lo que le importa. Ana sigue trabajando para vivir, para sacar a sus hijos adelante, para procurarles una vida mejor de la que a ella misma le tocó vivir.
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