Por fin, después de un fin de año con mucho, mucho trabajo, puedo sentarme a escribir y actualizar mi blog. Llego renovada y con varios temas en el tintero. Este año quiero empezar con una historia, de una persona que conocí hace poco, pero que me impactó mucho.
Ana dice que no se queja de la vida, aunque la vida la haya tratado como si fuera indigna de ella.
Nacida en uno de los puntos más pobres de la ciudad, Ana ha batallado toda su vida para salir adelante. Hija de un hogar maltrecho, con un padre alcohólico y una madre que no quería tener hijos, pero se vio obligada a ello, el futuro de Ana era muy incierto.
Desde muy pequeña Ana trabajó para sobrevivir. En las mañanas asistía a la escuela y en las tardes ayudaba a su madre en la limpieza de las casas en las que trabajaba. Aunque no tenía grandes ambiciones, Ana quería tener un estudio técnico que por lo menos le ayudara a conseguir un trabajo mejor pago que las limpiezas. Sin embargo, los estudios y las alegrías que tienen los jóvenes, a Ana no le fue otorgada. Ella, sin saberlo, era la futura receptora de una cadena de males que la vida le tenía reservada. El primero de ellos fue conocer a un personaje que influiría en su vida, el padre de sus hijos.
Es bien sabido que en los lugares marginados por la sociedad, allí donde sobrevivir es más que un arte, es un modo de vida, el más fuerte es el rey. Y esta fuerza no es sólo física, es inteligencia de calle, malicia indígena. El que manda es quien mejor sabe defenderse y defender a los suyos. A pesar que Ana no estaba enamorada de este hombre, sabía que él podía otorgarle un status relativamente alto dentro de sus congéneres. Siendo la esposa del patrón, Ana sería respetada y custodiada, al igual que su familia, la cual descansaría de la constante violencia que azotaba ese lugar.
Ana sabía que no había garantías reales, aunque dentro de su comunidad subiría el respeto por ella, esta alianza también la convertía en el blanco perfecto de las venganzas perpetuadas a su marido. Ana sólo podía pensar en una viudez prematura, en familiares siendo víctimas de guerras ajenas. Vivía con angustia y temor de recibir malas noticias. Sin embargo, todos estos miedos se evaporaron cuando Ana quedó embarazada de su primer hijo. Ya tenía por quien vivir y a quién amar. Ana pensó que la vida le había dado un regalo que ella no desperdiciaría.
A pesar que esta alegría inundaba su corazón, Ana sabía que ahora tenía más razones para temer. Su esposo era alcohólico, drogadicto y violento. El sueldo se lo gastaba en alcohol con sus amigos, con prostitutas y comprando armas. Ana sabía que tener armas en una casa donde había niños era altamente peligroso. Mientras fuera un bebe no había problema, pero cuando el niño creciera y su curiosidad lo empujara a tomar una de esas armas, disparar por accidente y, ni Dios lo quisiera, hacerle daño a él mismo o a alguien más.
Ana trató de razonar con su marido, por todos los medios, pero vio que hablaba contra una persona cuyo cerebro estaba completamente intoxicado y tomo una de las primeras decisiones más fuertes de su vida: se separó.
Separados pasaron unos meses y Ana iba saliendo bien, feliz con su hijo y con llevar una vida relativamente más tranquila, a pesar de las condiciones en las que vivía. Ana trabajaba duro para mantener a su hijo y a ella misma, pero no se quejaba. Le gustaba su vida tal y como estaba.
Una noche su marido la llamó porque necesitaba hablar con ella, decía que él era el padre de ese niño y que también tenía derechos sobre él. Citó a Ana en la residencia donde él vivía para hablar de la custodia. Ana decidió ir sin el niño para aclarar primero ese detalle.
Lo que Ana no sabía era que su esposo llevaba varios días consumiendo drogas y alcohol, y cuando llegó, el hombre estaba en un estado tan intoxicado, que perdió toda noción de la realidad y golpeó a Ana brutalmente, luego con un arma la amenazó y la violó repetidas veces. Luego la amarro a una viga del cuarto y la retuvo por una semana. La golpeaba, la violaba, le daba droga y alcohol y el ciclo se repetía.
Después de la semana, el ex esposo la liberó y Ana fue derecho al hospital. De allí salió un tiempo después, con traumas físicos, psicológicos, con tratamiento para curarse una enfermedad venérea y con una noticia más traumática aún: había quedado embarazada.
Ese embarazo fue lo peor que le pudo haber pasado. Pasó triste, deprimida, siempre pensando en que no podía abortar, pero que tampoco quería a ese bebe que llevaba en su vientre. No sabía qué hacer con su primer hijo y el segundo que venía en camino. Sabía que los tendría que criar sola porque con su ex esposo no contaba para nada. El embarazo llegó a su fin y Ana tuvo a su hijo y poco a poco lograba adaptarse a su nueva vida cuando sufrió otro revés, el esposo de Ana murió, asesinado por tener problemas con los grupos al margen de la ley.
Ana se entristeció, pero supo que era lo mejor que podía haber pasado. Su ex esposo no tenía mayor futuro, y era posible que hubiera arrastrado a toda la familia a tal desgracia.
Ana tenía una hermana menor que era bastante irresponsable, tenía una hija pequeña a quién su mamá sostenía y la hermana de Ana exigía esta manutención. Ana no estaba de acuerdo con eso, porque ella misma tenía dos hijos y le tocaba trabajar duro para sostenerlos. Sin embargo, la hermana de Ana no hacía nada, seguía saliendo con el papá de su hija, quién no le ayudaba con la niña. Una vez, la hermana de Ana peleó con la mamá porque necesitaba plata para poder salir de rumba, pero la mamá de Ana se la negó y se empezaron a golpear. Ana intervino y las separó, pero a la hermana esto le molestó. Amenazó a Ana diciéndole que se cuidara, que pronto se las pagaría.
Ana no le hacía caso a su hermana, sabía que ella era violenta e impulsiva, pero también sabía que olvidaba rápido sus amenazas cuando encontraba otra cosa en qué entretenerse. Sin embargo, Ana no contaba con que esta vez ella estaba decidida a hacerle pagar lo que según ella había sido una ofensa.
Se acercaba diciembre, Ana recién llegaba a su casa con sus hijos y su mamá le dijo que no fuera a quedarse sola porque su hermana estaba en la casa y estaba enojada. Ana dijo que ella no le temía a los arrebatos de su hermana. Craso error.
Ana estaba entretenida jugando con sus hijos, cuando a uno de los niños se le cayó un carrito detrás de una mesa, Ana se agachó a recogerlo cuando sintió todo su cuerpo caliente. Como pudo se levantó y cuando se dio cuenta, su hermana le había rociado una olla con aceite hirviendo. Ana logró llegar al teléfono y llamar, y perdió el conocimiento.
Despertó unas semanas más tardes en el hospital, los médicos trabajaban arduamente para reconstruirle el cuerpo. Tenía la cara, los hombros, el pecho y la cintura destrozados. Estuvo siete dolorosos meses en el hospital, sometida a varias operaciones de reconstrucción. Sin embargo, Ana no sentía resentimiento contra su hermana. En sus oraciones Ana sólo pedía salir con vida de allí por sus hijos, y prometió que si ella superaba este trance, perdonaría de corazón a su hermana.
Efectivamente, Ana se curó y pudo salir del hospital. Sólo quedaron unas cuantas cicatrices que se podían esconder con la ropa. Ana perdonó a su hermana y continuó trabajando para seguir criando a sus hijos.
Unos dos años después, Ana empezó a sentir ciertos dolores en el bajo vientre. Los días pasaban y ella visitó a un médico. Después de varios exámenes el diagnóstico final fue cáncer de útero. A Ana le extrajeron el útero, se sometió a varias sesiones de quimioterapia y tuvo que permanecer un tiempo en revisión. Sin embargo, logró salir con vida y con más ánimo para continuar la lucha diaria.
La vida de Ana no fue fácil, trabajaba limpiando casas y oficinas. Se rebuscaba como podía. Sin embargo, siempre mantenía la cabeza en alto y veía lo que le pasaba como experiencias para mejorar en su vida.
Sus hijos fueron creciendo y Ana seguía criándolos lo mejor posible dentro del ambiente que les había tocado vivir. El hijo menor, resultado de la violación, sin embargo, empezó a presentar problemas. El niño era bastante inquieto, iba mal en el colegio y era extremadamente agresivo.
En ciertas ocasiones, Ana tuvo que llamar a la policía para que la ayudaran con el niño, puesto que llegaba al extremo de amarrarlo para que se pudiera calmar. Ana varias veces encontró que su hijo había hecho daños, se había enzarzado en peleas incluso había robado una tienda. El niño también tenía una madurez sexual increíble. A su temprana edad de 9 años su apetito sexual parecía el de un adolescente y Ana temía que él jugara con las niñas porque podía incluso violarlas.
Ana no aguantaba más, llevó a su hijo a un psiquiatra, donde le diagnosticaron esquizofrenia y le recetaron drogas, aparte de eso, lo pusieron en la lista para ingresarlo a una institución mental. El niño necesitaba urgentemente atención médica y vigilancia que ella no le podía dar.
Lo más impresionante es que aunque Ana había tenido que vivir todo esto, y muchas cosas más, incluyendo la pérdida de su casa debido a los fuertes inviernos que azotaron la ciudad, la muerte de varios de sus familiares debidos a problemas de sicariato y drogas, Ana no se queja. Ella dice que está contenta con su vida, puesto que tiene salud, tiene a sus hijos y tiene un trabajo, eso es todo lo que le importa. Ana sigue trabajando para vivir, para sacar a sus hijos adelante, para procurarles una vida mejor de la que a ella misma le tocó vivir.
Impresionante historia de vida. Me quedé helada al leerla y yo que me quejo tanto :(
ResponderBorrarNi te imaginas cómo quedé yo al escucharla... y eso que me la contaron por "capítulos" fuerte!
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