Esta semana tuvimos la visita de dos de los altos mandos de la empresa a nivel de América Latina y no puedo ni empezar a describir el agite que esto causó en el curso normal de nuestra vida laboral.
Limpieza extrema, mayor rigor en los controles de seguridad, una semana de mucho agite preparando las presentaciones y, por fin, la llegada de los susodichos.
Desde muy pequeña yo soñé con tener cargos importantes o tener posiciones de poder. Sin embargo, de la experiencia que he tenido trabajando en esta empresa, me doy cuenta que para esos cargos se necesita mucha tenacidad y mucho amor por su trabajo (o por la plata).
El área en la que yo me desenvuelvo en la empresa me permite tener la visión de ambos: los altos gerentes y los empleados. Por esta razón he tenido la posibilidad de ver el negocio desde dos puntos de vista diferentes y he podido escuchar las quejas de los unos para con los otros. Para los empleados, el jefe siempre representará una figura obviamente superior y, en la mayoría de los casos, nunca habrá la posibilidad de un acercamiento (lo cual creo que es una pérdida de espacios productivos para mejorar el trabajo y las relaciones interpersonales). Como jefes, siempre habrá la presión porque todo salga bien y la falta de comprensión de los empleados con relación a las direcciones que se deben seguir y los tiempos que se deben cumplir. Me estoy refiriendo al ámbito que conozco. Sin embargo, por fuentes cercanas, sé que en otras culturas se maneja de forma diferente.
La estructura empresarial (no sólo en mi compañía, sino en las que conozco) se divide de forma jerárquica. Los roles inherentes a cada puesto dan posiciones de mayor o menor rango. Y es muy importante saber manejar los contratiempos y gratificaciones que vienen con cada uno de ellos.
Cuando escuchamos la palabra “jefe” o “gerente” nos imaginamos hombres de corbata y mujeres de vestido sastre, con portafolios y portátiles llenos de archivos con gráficas y números. Siempre con el ceño fruncido, siempre encerrados en las magníficas oficinas con sillas de cuero y televisores con pantallas gigantes. Siempre acelerados discutiendo sobre métricas, presupuestos, crecimiento, fusiones, alianzas y proyección. Esto no está muy lejos de la realidad y quienes han trabajado en multinacionales saben de qué hablo. Sin embargo, estas palabras también nos traen a la mente unos ciertos comportamientos inherentes a estos cargos. Lo que llamaríamos “comportamiento de diva”.
Un jefe siempre llega a los mejores hoteles, come en los mejores restaurantes y recibe los mejores regalos. Los gerentes de los equipos de ventas son los que se llevan la mejor parte de la torta. Reciben de sus clientes y proveedores muestras de “cortesía” y regalos hermosos y de calidad excelente. Reciben las tarjetas de crédito empresariales y los tiquetes que les permiten acumular millones de millas.
A mucha gente este tipo de comportamiento le causa cierta piquiña y resentimiento, porque estos mismos gerentes son los que predican sobre los derechos de igualdad y beneficios que todos en la compañía “debemos recibir por igual”. Es difícil no estar de acuerdo porque no he visto, hasta el momento, que un empleado raso viaje a un súper hotel cuando lo mandan a otra ciudad o vaya en la clase ejecutiva del avión (aunque en el caso de nosotros, por lo menos los mandan en avión).
El hecho de que ellos disfruten de todas estas prebendas no me parece algo malo. Esta gente trabaja muy duro (he sido testigo presencial de ello) para obtener todo lo que tiene y realizan muchos sacrificios para estar allá arriba. Sin embargo, también he notado que, en muchos casos, no son ellos los que tienen el aire de divas. Esta etiqueta la generan las personas a su alrededor.
Hay personas cuyo trabajo es anticiparse a los deseos de los demás, es decir, deben tener listos planes de desplazamiento, reservaciones de hoteles, reservaciones de restaurantes, agendas listas, detalles específicos de la agenda como “Es que Mr. Jefe no toma café sino te” y proporcionar esos datos (o los elementos) a los anfitriones. Estas personas conocen su trabajo y saben que el secreto no es complacer en grado extremo sino proporcionar una comodidad suficiente para que la persona se enfoque en su trabajo y no tenga que preocuparse por otro tipo de cosas como el resto de los simples mortales.
Sin embargo, cuando las personas no están bien entrenadas en este tipo de trabajos, pueden llegar a extremos demasiado maternales, que rayan en lo ridículo. Esto crea al jefe una etiqueta de divo/a de forma injusta. Recuerdo que en algún momento de mi trabajo, yo estaba sentada en la cocina terminando de tomarme un café y en ese momento entró el Gerente General (con mayúsculas) buscando un vaso con agua. Yo le señalé el dispensador de agua e instantáneamente apareció su asistente preguntándole qué necesitaba y regañando a la niña del aseo porque no le ayudaba al jefe. El señor obviamente estaba apenado y yo estaba tratando de no soltar la risa. Sin embargo, ahí me pude dar cuenta que el señor no es encopetado, sino que son sus asistentes quienes lo ponen como si fuera un divo.
En este mundo hay de todo, he conocido ejecutivos sencillos y sin mayores pretensiones que un buen apartamento/hotel para descansar y he conocido ejecutivos cuyos apartamentos debían ser prácticamente rediseñados por un arquitecto para que cumplieran con las características del último grito del Feng Shui. Otros exigían que los hoteles debían tener tales y tales comodidades (piscina, vista panorámica de la ciudad y demás) y los he conocido que sólo beben agua embotellada porque el agua de Colombia no es hervida y tiene parásitos (¡!)… cada loco con su cuento y si tienen la posibilidad de pedir ciertas comodidades, bien por ellos, pero hay algunas cosas que definitivamente dan es risa.
En fin, ser jefe no es fácil (habló la experimentada…) y aunque nos guste mucho gozárnoslos, hay que recordar que siguen siendo personas que deben lidiar con presiones que nosotros jamás tendremos y que de igual forma merecen respeto y comprensión (este post, en especial este último pedazo, es de esos motivadores que tendré que releer cuando los jefes míos me revuelvan los apellidos…)
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