Aquí comparto con ustedes mis impresiones sobre el mundo en el que vivo... un poco de todo.
lunes, 15 de marzo de 2010
Una vida de mentiras
Adriana vive la lucha constante entre decir la verdad y posiblemente perderlo todo o continuar viviendo una mentira. Kristina lo sabe, y se aprovecha de ello.
Adriana quedó embarazada siendo muy joven, ella pensó que la relación que tenía con Marcelo la llevaría al altar y un hijo completaría su vida feliz. Sus sueños se derrumbaron cuando Marcelo la dejó sola con un bebe en su vientre y la marca que conlleva tener un hijo sin estar casada. Sin embargo, este no era el primer embarazo de Adriana; ya antes había quedado embarazada de un amigo de Marcelo y el mismo Marcelo la había acompañado a hacerse el aborto. Fué ahí cuando su relación empezó, y cuando ella misma se condenó.
Adriana se vio bastante mal, su familia la apoyó porque le tocaba. Su madre creía que Adriana y Marcelo iban a llegar al altar, permitiéndole emparentar con una de las familias más prominentes y ricas de la ciudad y dándole el estatus que tanto anhelaba y, como casi saboreaba esta victoria, se ufanaba de la pureza de su hija y criticaba la impureza de ciertas otras muchachitas que andaban con varios hombres, que se acostaban sin estar casadas, de esas vagabundas que pecaban. Sin embargo el cruel giro del destino hizo que tragara sus palabras y que tuviera que apoyar a su hija, aunque no con el mejor de los ánimos.
Su hermano mayor Tito, que era un ser muy impulsivo y violento, amenazó a Marcelo para que se casara con su hermana, pero Marcelo no era tonto, él sabía que Tito era violento pero fácil de comprar: unas cuantas cervezas después y una dudosa promesa y el asunto quedaba olvidado.
Adriana tuvo que afrontar su embarazo sola, soportando los señalamientos de la sociedad (más que todo por las habladurías de su madre) y soñando con que Marcelo vería a su hijo, se arrepentiría y le pediría matrimonio. Pero el tiempo pasaba y Marcelo no llegaba, y ella debía prepararse para traer a su hijo al mundo.
Empezó a trabajar y ahí fue cuando conoció a Antonio, un joven trabajador, hijo de los dueños de la empresa en la que ambos trabajaban, con buena posición social y al parecer un auténtico cariño por ella. Al ver que la vida le brindaba una nueva oportunidad decidió aprovecharla, cuando Antonio le propuso matrimonio ella pensó: tiene posición social, un trabajo estable y me acepta con mi futuro hijo. No dudó ni por un segundo, aunque era posible que también se hubiera enamorado.
Antonio demostró ser un hombre excelente, no sólo la acompañó los últimos meses del embarazo sino que se autoproclamó el padre de la niñita que tuvo Adriana: la bautizaron Kristina y Antonio le dio su apellido.
Los años pasaron y llegaron dos hijos más, un varoncito a quien nombraron como su padre y una niña que llamaron como su madre. Adriana no podía estar más agradecida con Antonio, justo cuando creía que todo estaba perdido él apareció y le brindó a su hija un padre y a ella le devolvió el honor. Por tanto, más que amor, Adriana empezó a profesar gratitud y servicialidad frente a Antonio, su palabra era la ley y ella hacía lo posible por no contradecirle, por siempre estar pendiente de sus deseos y servirle.
Los tres hijos crecían felices, su padre los amaba a todos por igual, Adriana y Antonio decidieron que era mejor no decir nada, ya no importaba de quién fuera hija Kristina, el hecho es que la amaban y ya estaba legalmente reconocida. Aunque siempre estaba en el aire la posibilidad de que el verdadero padre de Kristina apareciera y le dijera la verdad, si no era él, podía ser alguien de su familia, un amigo, un vecino...
Mucha gente no gustaba de la familia de Adriana (su madre, ahora feliz porque emparentó con la familia de Antonio, viendo que el honor de su hija quedaba intacto, sucumbió a su antiguo hábito: hablar mal de las personas), sin embargo, admiraban el gesto de Antonio y decidieron callar también por respeto a ello.
Debido a esto, Kristina creció bajo una protección un poco extrema: no se le permitía salir mucho a la calle, sus horarios de juegos eran estrictos y se le trataba de forma especial puesto que era la que más atención recibía por parte de sus padres, tíos y abuelos. Como resultado Kristina creció creyéndose el centro del mundo, pataleaba y reñía cuando no era ella la que se robaba el show. Sus padres le permitieron todos estos excesos en aras de mantenerla contenta, pero la niña creció aprendiendo a manipularlos.
Un día una terrible tragedia se cernió sobre la familia: la niña Kristina tuvo un accidente terrible que la incapacitó durante mucho tiempo. Se lesionó la columna y estuvo a punto de perder la movilidad de sus extremidades. Se tuvo que someter a muchísimas cirugías y esto requirió muchos meses de atención total. Sus padres se volcaron en los rezos, las misas y las promesas para que su hija pudiera recuperar la movilidad de sus piernas y al parecer algún santo los ayudó, Kristina recuperó sus piernas pero también se acentuaron más sus caprichos y aprendió a manipular con su enfermedad a los que la rodeaban.
Los padres de Kristina no se percataron de ello y la culpa del accidente sumada a la culpa no hablada sobre la verdad del padre de Kristina se instaló en ellos. Ahora vivían para complacer los caprichos de su hija que creció malcriada, caprichosa y manipuladora.
El tiempo pasó y Adriana se empezó a preocupar cada vez más por varios motivos: el trabajo de Antonio ya no era lo mismo. Sus padres le habían legado una empresa con muchos problemas y para sostenerla había tenido que ceder la mayor parte de sus acciones a un consorcio de hombres tiranos, que lo trataban mal y abusaban de su amabilidad. Antonio no se quejaba, el debía sostener a su familia y ese era el precio que estaba pagando por los errores de sus padres, pero internamente sufría infinitamente. Adriana no quería perder su estatus social y sus costumbres, no le importaba que Antonio se partiera trabajando, ella seguía en su casa, pensando en la última moda, en adquirir lo último en decoración. Los hijos iban a los mejores colegios y demandaban todas las cosas que los jóvenes adinerados esperan tener y aunque veían que su padre se mataba trabajando por ellos, no les importaba, ellos querían y ellos tenían, en especial Kristina.
Kristina siempre exigió para sí todo lo mejor: siempre debía ir a las mejores fiestas y llevar los regalos más caros, siempre debía agasajársele por cualquier motivo, todo lo que ella quería se lo tenían que dar... sus padres en todo la complacieron, aún cuando las exigencias se volvieron bastante extrañas y demandantes. Cuando Kristina se graduó decidió que quería estudiar la carrera más cara y aunque sabía la situación en la que se hallaba su hogar, ella exigió que se le pagara el semestre y que se le compraran todos los utensilios. Adriana y Antonio no se pudieron negar, su hija casi había perdido la movilidad de las piernas y se merecía eso y mucho más.
Sin embargo, Kristina también guardaba un gran secreto: ella sabía que Antonio no era su padre biológico, y aunque no sabía quién era, estaba decidida a hacerle pagar a sus padres el que le hayan mentido. Adriana y Antonio seguían aferrados a la idea de nunca decirle a Kristina quién era su verdadero padre, puesto que habían visto el caso de un vecino al que le dijeron que era adoptado y el niño se volvió violento e indisciplinado. Además, Adriana pensaba otra cosa: si Kristina empezaba a comportarse mal con su Antonio quizás este ya no quisiera hacerse cargo de ellos, y ella perdería su tren de vida.
Kristina no sólo sabe que Antonio no es su padre, sino que sabe cómo manipular a sus padres en este aspecto. Sabe que hablar de temas como la adopción hace que sus padres se sientan incómodos y hagan lo que sea para cambiar el tema, justo ahí es cuando ella hace sus demandas.
Adriana mantiene una batalla para conservar su estatus, su esposo y la mentira en la cual ha vivido toda su vida. Antonio simplemente calla, no opina, sólo trabaja y espera que nunca estalle toda la rabia y decepción que lleva por dentro. Kristina... sigue castigando a sus padres por la mentira, y busca la forma de que sean ellos quienes le digan la verdad... quizás para convertirse en la persona que su madre más teme.
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este es un caso tipico de la malacrianza, relevo dos variables...una...quien es en si esta muchachita?...un producto del Frankestain de su madre, resultante de una materializacion de los desmanes.... que tanto criticaba y señalaba su familia, en especial su progenitora Rosalina...quiza a lo mejor...de tanto oir y oir tuvo un despertar bastante libidinoso...a una edad muy precoz...y en estos comentarios y señalamientos malintencinads, no se incluian contenidos pedagogicos de como se maneja responsablemente este ejercicio, obviamente dio como fruto...esta hija no deseada....entonces convirtiendola en otro mounstro que critica señala, miente, se defienden ante la sociedad que anteriormente se jactaban de atacar...ahora bien esta jovencita no solo se cree dueña de su entorno inmediato (incluyo el bienestar de sus hermanos y padre adoptivo)sino tambien de la moral extramural de su nucleo familiar y de hasta la ¨posible¨ virginidad de su primo...que tristeza tan grande.....el mundo esta lleno de estos.....
ResponderBorrarKate, está increible la historia y muy bien narrada. Leyendo la descripción de Kristina, pienso en algunas personas q conozco y q seguramente llegan a ese punto (de fastidio absoluto, porq uno ni se las aguanta) por cosas q uno nunca se imagina, pero también en otras q, a pesar de haber vivido cosas realmente duras, salen adelante de la mano de la gente, no creyéndose superior o pasando por encima de ella.
ResponderBorrarmuy buena la historia por que le recuerda a uno que hay personas que se aprovechan de todos incluyendo de sus padres en ves de decirles que le dijeran la verdad,estuvo muy realista y muy buena
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